La Ortodoxia vista por un Sudamericano
El presente ensayo no pretende dar testimonio de los datos históricos tal como lo entiende la historia moderna, tampoco pretende ser un tratado o estudio del patrimonio cultural y espiritual de la ortodoxia en Sudamérica, sino más bien el punto de vista particular de un sacerdote misionero, nativo, hijos de padres chilenos y que ha tenido la bondad de Dios para trabajar por más de 22 años en la Iglesia Ortodoxa, siempre atento en seguir la inspiración del corazón y a descubrir los tesoros de la ortodoxia al mismo tiempo que ha tenido la oportunidad de darlos a conocer al hombre que vive en nuestra cultura sudamericana en la cual el Padre Dios nos ha permitido nacer, vivir y servir.
Si el presente testimonio ayuda a estimular la sincera búsqueda de Dios y el anhelo de compartir con los demás la vivencia de la experiencia cristiana ortodoxa, entonces podremos decir que valía el intento por escribirlo.
Quisiera dirigirme en forma muy especial a los lectores que viven en aquella tierra que consideramos como nuestra Madre Patria Espiritual, Rusia, bendita tierra regada por la sangre de mártires y animada por tantos esfuerzos en conservar y vivir la fe de la Iglesia. Escuché a un querido Obispo del Patriarcado de Jerusalén, hablándole a los palestinos en Chile, les decía: “No hay Iglesia sin Patria”, desde ya nuestro saludo a los hijos y hermanos nuestros de la patria rusa.
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En el año 2000 tuve la oportunidad de visitar Grecia y Tierra Santa, estando de paso por Atenas le pregunte a una dama griega, “¿Qué es más importante para Usted?, ¿Ser ortodoxa o ser griega?”, ella me dio la respuesta que temía escuchar, “Padre, es lo mismo”, a lo que añadí, “yo no soy griego pero soy ortodoxo”. Ocho años después me sucedió algo parecido, en una oportunidad acompañé a un feligrés a un Hospital de la Ciudad de Santiago pues en esa noche su esposa daba a luz a su primer bebe, me acompañó la Dra. Elizabeth Jurlow Miltchuz también de nuestra comunidad misionera en Santiago, aunque no pertenecía a ese hospital, ella pudo entrar con facilidad a la sala de pabellón vistiendo su delantal blanco el que tenía bordado su nombre con letra roja en la parte superior. Una doctora anestesista al leer su nombre le preguntó. “¿Ese apellido es ruso?, ¿Es Usted Rusa?”, pronto se abrazaron pues ella era también rusa casada con un chileno y que se vino a vivir a nuestro país, enseguida ambas llegaron a la sala de espera en la cual yo acompañaba al padre del bebé por nacer, me presentaron a ella y la sorpresa fue mutua, ella no entendía como yo podía ser un “Batiuska sin ser ruso” y yo tuve la ocurrencia de preguntarle “¿Es Usted Ortodoxa?”, la respuesta no se dejo demorar, “Si por supuesto, yo soy rusa”. Yo pensé a mi interior, - yo no soy ruso pero soy ortodoxo”.
La ortodoxia llegó a nuestro país y a nuestro continente principalmente como resultado de la inmigración árabe – ante todo palestinos -, griega y rusa, aunque también algunas comunidades rumanas se han organizado en nuestro basto continente. Las primeras inmigraciones de los árabes, de los griegos y también de los rusos tenían una característica común, salieron de sus países como consecuencia de conflictos bélicos y sociales que le obligaron dejarlo todo y venir a nuestra tierra en busca de una nueva oportunidad de vida. Ellos trajeron la fe ortodoxa pero ninguna de estas colectividades vinieron por nosotros los chilenos o sudamericanos, no era difícil darse cuenta que los griegos vinieron por los griegos, los árabes por los árabes y los rusos vinieron por los rusos. Las primeras décadas de la presencia ortodoxa en medio de nuestros pueblos tenían sus puertas cerradas para los nativos o hijos de estos pueblos como los somos nosotros los chilenos. Nuestro ingreso no fue fácil, tuvimos que empezar por entender el significado de un hermoso rito nunca visto en nuestros países y que no era cantado en español. En los primeros años se nos miró con desconfianza, quisimos entrar por la puerta pero la puerta estaba cerrada, algunas comunidades aún así la tienen y resguardan la entrada “elegantemente cerrada” para que no entren aquellos que no son hijos de sus respectivas etnias. Muchos de nuestros padres tuvieron que correr de iglesia en iglesia para ver si en alguna de ellas, en el techo o en la ventana, les quedaba una abertura a través de la cual pudieran entrar primero ellos, después nosotros. Nuestro anhelo por conocer y vivir los tesoros de la ortodoxia, sobre todos los tesoros de la ortodoxia rusa, llevó a muchos de nuestros hermanos vivir sufrimientos y abandono hasta que la fe se fue derramando y pudimos alcanzarla poco a poco en medio de nuestra realidad cultural. Nosotros los ortodoxos chilenos y los sudamericanos, no somos el resultado o el fruto de la misión, sino más bien somos el resultado de nuestra propia intromisión.
La situación de la fe ortodoxa en nuestro continente hispanoamericano no es del todo diferente a la situación de la Iglesia en nuestro país. Cuando uno visita un país ortodoxo ve que allí hay una jurisdicción ortodoxa patriarcal o autocéfala validada y reconocida por la sociedad de esa nación, así por ejemplo en Rumania toda la Iglesia Ortodoxa es ortodoxa rumana o en las Republicas de la Federación Rusa, todas las iglesias son y pertenecen a la Iglesia Ortodoxa Rusa, salvo algunas excepciones de representaciones de otras comunidades ortodoxas al interior del territorio canónico. La situación en Sudamérica es diferente, nuestro continente no estaba descubierto cuando trascurrió la era de los concilios en los cuales se organizó la Iglesia, Cristóbal Colón descubrió nuestra tierra cinco siglos más tarde. Nuestro continente parece ser tierra canónica de todos al mismo tiempo que parece ser de nadie, es así como hay ciudades que tienen varios obispos ortodoxos que ostentan jurisdicción sobre la misma ciudad, por ejemplo en nuestro vecino país, en la ciudad de Buenos Aires, hay Obispo del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, del Patriarcado de Moscú y de Antioquia, todos titulares como Obispos de Buenos Aires. En Chile reside sólo un Obispo y es del Patriarcado de Antioquia y muchísimas veces nuestro país se confunde y lo considera como la única autoridad máxima de todas las iglesia ortodoxas y creyentes ortodoxos presentes en nuestro país. Por lo general las jurisdicciones ortodoxas en Chile y Sudamérica han demostrado su incapacidad de trabajar unidos en mostrar la ortodoxia a nuestros pueblos, a veces por problemas étnicos importados de lejanas tierras, por celos ínter eclesiales o simplemente porque cada jurisdicción se considera a sí misma mejor que las demás. Las comunidades griegas nos han hecho sentir y nos intentan convencer que toda la ortodoxia en Sudamérica debería estar bajo su autoridad, pero como sudamericanos no hemos sido impactados por sus ejemplos de santidad de vida y tampoco por el intento de considerar nuestro idioma como posible de ser escuchado y entendido también en el cielo. No es difícil en nuestro país y en nuestro continente ver a creyentes ortodoxos que buscan en diferentes parroquias, comunidades o misiones donde asistir a los servicios litúrgicos ortodoxos hasta encontrar un lugar donde, a lo menos por un tiempo, se sientan verdaderamente acogidos, amados e integrados.
Me gusta pensar en la historia de Rut del Antiguo Testamento, uno de los muchos textos de la Biblia lleva su nombre. Se trata de aquella moabita que quedó viuda y que se fue a trabajar al Campo de Booz, a recoger las espigas de trigo que se le caían a los trabajadores o que ellos dejaban en el suelo, lo hacía para poder hacer con ellas su propio pan y llevarlo a los hijos de su casa. Rut era una joven viuda, nos parecemos a ella, hemos venido recogiendo las “espigas de ortodoxia” que se les cayeron de sus manos a los griegos, árabes y rusos que llegaron a nuestra tierra… nos sentimos como la joven viuda Rut, se nos falleció la pertenencia a diferentes iglesia y credos no ortodoxos en los cuales vivimos algunos años, quedamos como viudas cuando descubrimos que no era expresión correcta de la verdadera fe. Llegamos al campo de Booz aunque la Patria ha sido siempre nuestra, fuimos recogiendo las espigas; de una comunidad aprendimos que se podía cantar de esta forma, de otra aprendimos los troparios, de otra las vestimentas litúrgicas, de aquella los kontakios, de otra parte de los ritos de la Gran Semana, corrimos en dirección de una comunidad y después de la otra hasta que sentimos la mirada silenciosa y misteriosa de los santos Iconos de la Iglesia Rusa, la santidad de sus Obispos, como la de Vladyka Leonty, Alexander y Laurus, todos de bendita memoria; de vez en cuando vimos que visitaban nuestro país algunos monjes, de pronto algún ruso se casaba con chileno o chilena, allí era más fácil asomarse a la fe ortodoxa, poco a poco juntamos tantas espigas como las necesarias para iniciar la hechura de nuestro propio pan, pero…aún seguimos recogiendo las espigas litúrgicas cada vez que tenemos la oportunidad de corregir nuestro canto y el modo de celebrar y vivir la Santa Liturgia. Sólo falta que la historia concluya en forma feliz como concluyó la de Rut, pues llegó el día en que el dueño del campo, Booz, miró hacia atrás y observó su rostro dándose cuenta que era joven y hermoso, finalmente se casó con ella, la hizo su esposa.
Con una mezcla de mucha alegría, pero también con nostalgia y un poco de tristeza, recuerdo que el primer oficio de bautismo, comunión y crismación que pude asistir en la Iglesia ortodoxa fue cuando yo y mi esposa, en aquel entonces mi novia, iniciamos nuestra vida cristiana ortodoxa. La primera ceremonia de matrimonio ortodoxo que pude presenciar fue cuando nuestro padre espiritual, el primer sacerdote ortodoxo chileno, el Padre Juan Bodenburg-Maldonado, hoy de bendita memoria, bendijo nuestro matrimonio. Siempre quise asistir y presenciar una ordenación de Diácono, la primera vez que asistí a una de ella fue cuando me ordenaron a mi como tal; tenía mucha curiosidad por saber como sería el ceremonial de ordenación de un sacerdote hasta que por fin el 26 de Octubre de 1986 pude asistir a una ordenación, fue cuando el Obispo Gabriel Faddoul, de bendita memoria, Vicario para Chile del Patriarcado de Antioquia, me ordenó como sacerdote. Había llegado a la ciudad de Santiago a comienzo de los 80 procedente del sur del país con la intención de continuar estudios de teología en la Universidad Católica y en la búsqueda de la Iglesia Ortodoxa, la que en aquel entonces me parecía totalmente ausente de Chile. He de reconocer que la primera comunidad que me abrió las puertas fue una comunidad antioqueña, serví allí por diez y ocho años (18 años) hasta que obtuve el permiso canónico para pasar a la Iglesia Ortodoxa Rusa del Exterior invitado especialmente por el muy querido y venerable Obispo Vladyka Alexander (Mileant) de bendita memoria, Obispo de Buenos Aires y Sudamérica, un gran misionero de cuya partida a la eternidad nuestro corazón aún no encuentra el total consuelo.
Aunque todavía estamos lejos de lograrlo, hoy trabajamos para que nuestros jóvenes que aspiran al ministerio sagrado, no sea la primera ceremonia de matrimonio o de ordenación que asistan, aquella en la cual ellos mismo sean consagrado y también trabajamos en esta parte del sur de Chile, para construir una Iglesia que sea un referente de espiritualidad y cultura, un puerto de salvación, de santificación y alabanza, trabajamos para que otros encuentren aquella iglesia que cuando niño no tuvimos la oportunidad de encontrar. Nosotros trabajamos día y noche para lograr una comunidad, una misión de rostro joven y hermoso a los ojos de Dios de tal modo que los jerarcas de nuestra Iglesia, tal como lo hizo Booz cuando vio a Rut, cuando ellos miren hacia atrás vean que esta naciente iglesia tiene un rostro hermoso y encuentre en nosotros alegría y consuelo a los dolores muchas veces causado por los hijos por quienes primeramente ellos vinieron. Si Dios nos hubiese querido griego habríamos nacido en Grecia, si nos hubiese querido árabe, en algún pueblo cristiano del medio oriente hubiésemos nacido y si Dios nos hubiese querido nativos de alguna de las naciones de la Federación Rusa, en alguna de esas admirables repúblicas habríamos nacido. Dios nos quiso Sudamericanos, aquí tenemos una misión que realizar y nuestra cabeza se reclina en el patrimonio cultural y espiritual del honorable pueblo ruso, allí hemos encontrado “la verdadera fe, hemos hallado la verdadera luz”, nos sentimos herederos de ésta que consideramos nuestra madre patria espiritual.
¿Qué descubrimos en la ortodoxia rusa?, ¿Qué nos ha llamado la atención?, ¿Cómo intentamos vivir nuestra ortodoxia?. Hemos venido de sorpresa en sorpresa, generalmente muy buenas, aunque algunas no muy gratas.
Primeramente es necesario tener presente que nosotros en occidente hemos sido educados en una mentalidad aristotélica tomista, acostumbrados al análisis, a la distinción, a diferenciar los elementos del todo y finalmente con serías dificultades para realizar la integración y la síntesis, nos cuesta considerar que el todo es más que la suma de sus partes. Entre tanta distinción hemos llegado a considerar que lo político no tiene nada que ver con lo religioso y lo religioso no se relaciona con lo civil; que lo privado y lo particular no tiene mucha relación con lo social. En nuestros países hay libertad religiosa pero el factor religioso no ha sido un elemento de unidad, sino más bien de separación de tal modo que no hay que extrañarse que algunos gobiernos y algunos ministerios estatales se alejen del tema religioso y que desde la libertad religiosa se haga una oposición sutil a lo religioso. En esta mentalidad no es difícil encontrar que en nuestros pueblos se genere con cierta facilidad la inconsistencia de la fe y sobre todo la inconsecuencia entre lo que se vive y lo que se cree, además del desarrollo de una teología, en un sector del cristianismo, muy de la mano con la elucubración intelectual incapaz de conservar la frescura del mensaje cristiano y de la mística de la iglesia y como respuesta a esta tendencia surgen movimientos y comunidades cristianas que se esfuerzan por prescindir de lo intelectual y prefieren caminar dando la espalda a la historia, dejándose guiar más por la espontaneidad que por la prudencia.
La libertad religiosa en nuestros países es apreciada como un valor aunque con la dificultad de pensarse que casi todo está permitido. Esta libertad religiosa es por un lado querida y por otro temida, es el fruto de la paz social pero tal como lo entendían algunos padres de la Iglesia en el tiempo primitivo, “el tiempo de paz priva a la Iglesia de la sangre de sus mártires” y “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, no obstante, estamos seguros que la paz no debe entenderse como la ausencia de la guerra, sino más bien como integración del hombre con su cultura, como el resultado del encuentro entre los seres humanos capaces de generar el amor recíproco y la realización de la capacidad de trascendencia.
En medio de esta realidad, surge para nosotros el encuentro con la ortodoxia, de aquella “luz que viene del oriente”. Descubrimos que el ortodoxo hace una integración de su fe con lo cultural, le es más fácil mirar al mundo integrado en un todo y compatibilizar de mejor manera lo privado con lo social, lo intelectual con los sentimientos, lo histórico con lo celestial. Hay quienes cansados y hasta un poco defraudados de la pertenencia a sus comunidades religiosas vienen a nuestras comunidades y misiones y encuentran aquello que nos impresionó desde la alborada de la búsqueda de la ortodoxia: la solemnidad de su liturgia; el aprecio de la posibilidad de que el sacerdote pueda ser casado y de vivir con su esposa y sus hijos al mismo tiempo que está muy al alcance de sus fieles; el silencio trasformado en oración y expresado en la iconografía; la familiaridad de sus comunidades; la fe celebrada con aroma a incienso; la ventana a lo celestial; la vida de sus santos; el sacrificio de sus mártires; la santidad de los Obispos que hemos conocidos; el espacio sagrado en el cual pueden florecer los nobles sentimientos. Llama la atención que en la ortodoxia rusa todo es solemne, nada se improvisa y el visitante puede sentir que el cielo se le ha hecho más palpable, se le ha puesto más a su alcance. Hemos desarrollado la capacidad de asombro y extrañeza, el deseo de Dios se nos ha vuelto más intenso.
Reconocemos que algunos rusos ortodoxos nos cautivaron por su ejemplo de oración, por su perseverancia en la Iglesia y por testimoniar la fe ortodoxa, cuando pensábamos que estaban casi en el cielo, vino la reconciliación de la diáspora Rusa con la Iglesia Madre del Patriarcado de Moscú y Toda Rusia pero prefirieron separarse como si la rama del árbol fuera capaz de renunciar a su tronco; en este momento nos habría gustado verles quizás no tan elevados, un poco más humanos, tal vez un poco más pecadores, pero que hubiesen sido capaces de testimoniar la unidad de la Iglesia y hubiesen aceptado quedarse con nosotros y bajo la bendición de nuestros legítimos pastores. No entendemos como ellos pretenden ser rusos pero sin Rusia.
Nuestro continente tiene una gran sed de ortodoxia, de una alternativa religiosa diferente a la que ofrece el mundo católico romano y diferente a la que ofrece el mundo evangélico. Esta sed de la Iglesia ortodoxa se siente cada día con más intensidad, feliz nosotros pero a la vez pobre de nosotros sino somos capaces de cautivar con una vida de santificación. La gran sed de ortodoxia ha traído también en nuestro país y toda Sudamérica una triste situación, la aparición de los falsos ortodoxos, de las llamadas “iglesias ortodoxas no canónicas” cuya aparición se ha intensificado en los últimos años, liderados por gente deshonesta y muchas veces sin escrúpulos morales, están llevando a muchos al abismo del error, inventando patriarcados, títulos honoríficos y tratando de convencer, con listas casi interminables de supuesta sucesión apostólica, la consagración y validez de sus obispos. Esta ortodoxia no canónica a veces ha hecho temblar nuestras comunidades y llevando un anti testimonio cristiano. Nosotros también tenemos nuestra responsabilidad en este fenómeno pues la verdadera ortodoxia no ha sido capaz de saciar la sed ortodoxa que tienen nuestros pueblos y en ello hemos demostrado nuestra incapacidad de trabajar juntos, muchas veces perdiendo el tiempo y energía en temas y acciones no relevantes.
Finalmente deseo expresar que el conocer y vivir la Iglesia Ortodoxa Rusa nos ha hecho feliz y seguimos trabajando en ella muchas veces llevando en nuestra maleta a nuestra parroquia, cargándola para viajar en autobuses y trenes para visitar alguna comunidad o misión en formación, soñando con un hermoso coro y con un hermoso templo para la mayor Gloria de nuestro Dios y para la dicha espiritual de nuestros hijos. Soñamos con la llegada del día en que nuestros hijos tengan aquello que en nuestra juventud no pudimos encontrar, una iglesia a su alcance. Creemos que Rusia, nuestra madre patria espiritual, tiene una deuda para con la humanidad, devolverle a los Santos “Cirilo y Metodio” para que ellos nuevamente sea capaces de identificarse ahora con nuestra cultura y a partir de ella darle a los tesoros de de la ortodoxia, un nuevo sabor, un nuevo aroma; un sabor y aroma sudamericano.
Padre Alex(ei) Aedo-Vilugrón (Ph.D)
Iglesia Ortodoxa Rusa del Exterior
Iglesia Ortodoxa de San Siluan del Monte Athos
